2:03 P.M. EDT

     EL PRESIDENTE: Buenas tardes a todos. Quisiera decir unas pocas palabras sobre la tragedia que tuvo lugar esta semana en West Virginia, pero antes de hacerlo, quisiera comentar sobre las noticias de que el juez John Paul Stevens se jubilará de la Corte Suprema a fines del presente periodo judicial.

Cuando se abrió una vacancia en la Corte Suprema durante el mandato del Presidente Ford, en momentos en que la nación todavía se recuperaba del escándalo Watergate, éste quería un candidato brillante, sin ideología, pragmático y, sobre todas las cosas, comprometido con la justicia, la integridad y el imperio de la ley. Encontró en John Paul Stevens tal candidato.

El juez Stevens ha prestado servicios valientemente a este país, desde el momento en que se enlistó la víspera de Pearl Harbor hasta su largo y distinguido tiempo de servicios en la Corte Suprema. Durante ese periodo, se destacó como imparcial defensor de la ley. Vistió la toga judicial con honor y humildad. Aplicó la Constitución y las leyes del país con fidelidad y cautela. Este mes cumplirá 90 años, pero deja su puesto en la cumbre de su carrera. Extrañaremos su liderazgo, y justo tuve la oportunidad de conversar con él y le dije, en nombre de una nación agradecida, que le daba las gracias por sus servicios.

Como expresó el juez Stevens en la carta en que anunció su intención de jubilarse, la Corte Suprema se beneficiaría enormemente de que se nombrara y confirmara a su sucesor antes del próximo periodo. De modo que voy a nombrar un candidato rápidamente, como lo hice con la jueza Sotomayor.

Nuevamente, considero que el proceso de seleccionar a un candidato a la Corte Suprema es una de mis responsabilidades más importantes como Presidente. Y si bien no podemos reemplazar la experiencia ni la sabiduría del juez Stevens, en las próximas semanas voy a buscar alguien con cualidades similares: pensamiento independiente, una trayectoria de excelencia e integridad, total dedicación al estado de derecho y sagaz comprensión de cómo la ley afecta la vida diaria de los estadounidenses. También será alguien que sepa, como el juez Stevens, que en una democracia, no se debe permitir que los intereses de los poderosos ahoguen las voces de los ciudadanos promedio. Así como procedieron con la jueza Sotomayor, espero que el Senado actúe con rapidez en las próximas semanas para debatir y luego confirmar al candidato que propondré, de modo que el nuevo juez pueda iniciar funciones en el periodo judicial del otoño.

Y ahora permítanme decir algo sobre lo que sucedió en West Virginia.

Ésta ha sido una semana inimaginablemente difícil para los pobladores de los alrededores de Montcoal. Treintaiún trabajadores estaban dentro de la mina Upper Big Branch cuando ocurrió una explosión que derrumbó sus muros el lunes por la tarde. Dos se salvaron. Veinticinco murieron. Y estamos rezando para que un milagro nos devuelva a los cuatro que siguen desaparecidos.

Quiero expresar mis más sinceras condolencias a los amigos y familiares de los padres, esposos, hijos, hermanos, sobrinos e hijos de quienes murieron en este accidente. También me impresiona la valentía y generosidad demostrada por los equipos de rescate que esta semana arriesgaron su propia vida una y otra vez, una y otra vez, por la oportunidad de salvar a uno más. Estos últimos días trabajaron sin descanso, durmiendo apenas, y esta nación tiene una deuda de gratitud con ellos.

West Virginia está orgullosa de su larga historia minera. Para muchas familias y comunidades, no es sólo una manera de ganarse el sustento, es un estilo de vida. Y las labores que realizan en estas minas los ayudan a llevar calefacción y electricidad a millones de estadounidenses.

Es una profesión que conlleva riesgos y peligro, y los trabajadores y sus familiares lo saben. Pero su gobierno y sus empleadores saben que les deben a estas familias el hacer lo posible por asegurar su seguridad cuando realizan sus labores diarias.

Durante mi periodo en el Senado, apoyé los esfuerzos de los senadores Byrd y Rockefeller para aumentar la seguridad minera, pero es evidente que es necesario hacer más. Y por eso les he pedido a la secretaria de Trabajo y al jefe de la Dirección de Seguridad y Salud Minera que me presenten un informe preliminar la próxima semana sobre lo que falló y por qué las consecuencias fueron devastadoras, para así dar los pasos necesarios a fin de evitar accidentes de este tipo en el futuro.

Ya que la minería es una tradición que a menudo se transmite de generación en generación, no es inusual ver que toda una familia escoja este oficio. Y lamentablemente, cuando ocurre una tragedia de este tipo, tampoco es inusual que, al mismo tiempo, varios miembros de una familia estén entre las víctimas.

El miércoles, hablé con algunos de los sobrevivientes de una de estas familias. Esta semana, Tim Davis y dos de sus sobrinos, Josh, de 25, y Cory, de 20, fallecieron en la explosión de la mina Upper Big Branch.

Los socorristas informaron que encontraron a Tim junto a sus dos sobrinos. Otros dos familiares suyos que trabajaban en la mina escaparon ilesos.

Antes de salir para la mina el lunes, Josh les escribió una carta a su novia y a su hijita. Y en ella, decía: “Si algo me pasa, estaré velando por todos ustedes desde el cielo. Te amo. Cuida a mi bebé. Dile que su papi la adora, que es preciosa y graciosa. Sólo cuida de mi bebita”.

La mamá de Josh, Pam, comentó sobre esa carta y las pérdidas que sufrió en apenas una semana con estas palabras: “Así es West Virginia. Cuando algo malo sucede, nos unimos”. Cuando algo malo sucede, nos unimos.

Ése es el espíritu que ha sostenido a esta comunidad y a este país en momentos de tragedia y pesar por más de 200 años. Y al elevar nuestras oraciones por las almas que fallecieron y el regreso de los desaparecidos sanos y salvos, nos reconfortan las palabras de un Salmo que es particularmente pertinente y dice: “Tú, oh Dios, mantén mi lámpara prendida; mi Dios vuelve mi oscuridad en luz”. Muchas gracias.

                                            FIN     

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